Alex miraba el papel envejecido con el ceño fruncido
mientras se mordía el labio inferior y tamborileaba en la libreta con el
bolígrafo que le había prestado. Estaba claro que la poesía no era lo
suyo, aunque tampoco era lo mío. Sin duda, se hacía falta mucho corazón
para plasmar en unos sentimientos que ambos, después de nuestras rupturas,
teníamos dormidos y, tal vez, petrificados en lo más profundo de nuestra alma.
—¿Qué rima como Apócrifo?
—¿Hipogrifo?
Él levanto las cejas, algo molesto. Hacía horas que no me
tomaba su nueva actividad en serio. Ya no podía más. Llevábamos demasiado
tiempo sentados en aquel apartado banco de la montaña y hacía demasiado frío
como para pensar en unos estúpidos poemas que nadie más que yo iba a leer.
—Podrías fingir que te importa lo que hago. Eres mi amigo, se supone
que deberías apoyarme.
—Te apoyo en que dejes de escribir. Eres un poeta
horroroso.
Él sonrió y yo aparté la vista. No había manera de hacerle
desistir.
—Qué Adulador, Max.
—Ya sabes que yo siempre te digo la verdad, o como poco una
verdad a medias.
—Lo que viene a ser una mentira a medias —Alex mordió
ligeramente el capuchón del bolígrafo y volvió a su tarea—. ¿Si uso la palabra otrora
sonará anticuado? Es que no es algo que se use muy a menudo… aunque tal
vez en la poesía…
Yo me recosté sobre el banco y bostecé. El sol estaba a
punto de ocultarse tras las montañas y la luna pronto brillaría en lo
más alto del cielo. Por suerte, estaba llena y podríamos volver al camino
principal sin problemas, aunque por aquella zona no hubiera farolas ni
hubiéramos traído linternas.
—Oye, Max —Alex me hizo volver la cabeza. Sonreía como un
bobo y me analizaba con sus grandes ojos negros y, como siempre, me hizo
enrojecer de la vergüenza. Su mirada era demasiado viva, demasiado intensa—. ¿Cómo se llama el
olor flota en el ambiente cuando llueve?
—¿Fosfina?
Alex negó con la cabeza, algo decepcionado. Yo solía ser muy
rápido acertando las definiciones que me pedía y pocas veces fallaba. Sin
embargo, aquella vez lo había hecho y él era demasiado perfeccionista. Sabía
que me había restado un punto en su ranking particular.
—No, ese es el compuesto químico. Prueba otra vez.
Yo me rasqué la cabeza como si aquel gesto me ayudara a
pensar.
—¿Petridor? ¿Petricor? ¿De qué te ríes? ¿Es eso o no?
Mi amigo se cubrió los labios con la palma de la mano
mientras asentía y yo gruñí por lo bajo. Odiaba que se rieran de mí, pero con
Alex no podía enfadarme. Habíamos compartido demasiadas miserias como para no
ser permisivo. Él lo era conmigo.
—¿Sabes que Marta ha empezado a salir con Salva?
—Ese rima con fantasma.
—Bueno sí, es un buitre, pero a ella le gusta y yo ya no puedo
hacer nada por recuperarla… ¿Por qué la vida es tan injusta, Max?
Yo me encogí de hombros. Tal vez los sentimientos de Alex no
estaban tan dormidos como yo creía. Desde luego, aunque mi amigo aparentaba
encontrarse alegre y cuerdo, el abandono de su pareja y su madre al mismo
tiempo debía de haber causado un efecto terrible en su ánimo, una sinergia devastadora que solo
podría tenerlo sumido en el peor de las desesperaciones.
—¿Qué puede encajar con topacio?
Parpadee repetidamente, aquella pregunta me sacó de golpe de
mis ensoñaciones para recordar que no había contestado a su pregunta, sino que
me había quedado pensando, embobado como un imbécil.
—Tal vez despacio.
—Corona de topacio…
—¿El rey de cristal camina despacio?
Él sacudió la cabeza. Había perdido otro punto. Quizás
pronto no sería merecedor de su amistad y comenzara considerarme insuficientemente inteligente como para compartir su tiempo conmigo. Yo creía que Alex
era demasiado interesante y perspicaz como para desperdiciar un solo minuto con
una persona mediocre. No entendía por qué no se había cansado ya de mí.
—Y yo soy el mal poeta.
—Nunca dije que se me diera bien.
Él se mordió la uña del dedo pulgar. No me había escuchado.
Seguía absorto en su trabajo, en lo que él quería que fuera una obra maestra,
aunque esta se quedara para siempre guardada en un cajón, o solo fuera rescatada para colocarla bajo la pata de una mesa coja con el fin de guardar su equilibrio.
—Creo que me gusta más villano… —concluyó, mientras
apuntaba la palabra.
Nuestra conversación acabó pronto. Nos dolían las orejas y
la nariz a causa de la baja temperatura y ya no quedaba ni un rayo de sol que
nos calentara. Alex me pasó la libreta para que la colocara en mi mochila y
ambos emprendimos el camino de vuelta a casa. Su hogar, estaba a pocos pasos del mío, pero aún así le pedí que se quedara a dormir. A él nunca lo esperaba
nadie y a mí me habían abandonado un par de días a mi suerte. "Vacaciones a
solas para avivar la chispa del amor" lo llamaban mis padres. A mí me parecía
más bien una excusa para olvidarse de su mediocre hijo una temporada.
Alex aceptó. Entró en casa y cenamos juntos. Aquella noche,
descubrí que tal vez no había estado tan enamorado de mi anterior pareja como
pensaba o que, al menos, su recuerdo ya no me dolía tanto como para no encontrar un nuevo
amor. Mi amigo, después de un par de cervezas y una pizza algo cruda a causa de
un microondas que no funcionaba bien, se quedó dormido sobre mi hombro. Yo
aparté su cabello rubio con cuidado y me sonrojé. Sentía el contacto del suave tejido de su piel sobre mi brazo. El estómago comenzó a arderme
y se me secó la boca. Parecía un ángel… y estaba tan triste.
Suspiré. Por un momento me armé de valor y tomé una decisión a pesar de que sabía que mis sentimientos, que antes creía endurecidos, jamás serían correspondidos. No dejaría que se burlaran de Alex, no permitiría que Salva o cualquier otro desgraciado de nuestro instituto o de cualquier otro lugar se riera de él. Yo sería la espada y el escudo de Alex, yo sería quien lucharía por él y lo protegería a toda costa y me aseguraría de que, si ese era su deseo, se convirtiera en el mejor de los poetas.