martes, 1 de octubre de 2019

Miradas

Nos cruzamos por primera vez, quizás antes de lo que el destino habría querido, antes de que las circunstancias fueran favorables para ambos. Viajábamos en direcciones opuestas, por eso nos tuvimos frente a frente, tan cerca que pudimos comprobar con nuestros propios ojos, prácticamente ciegos por la ceniza y el polvo, la electricidad que erizó el vello de nuestro cuerpo cuando nuestras miradas se cruzaron.

Hacía meses ambos habíamos partido de nuestras ciudades ruinosas, antaño verdes y rebosantes de vida, destruidas por las bombas y sepultadas bajo los escombros. Tú, al igual que yo, al igual que nuestras familias, tratabas de refugiarte del mundo en el que nos había tocado vivir. Un mundo podrido. Un mundo muerto.  
La abundancia, el bienestar y la salud formaban parte del pasado, pero por suerte, aún quedaban retazos del sentimiento humano, ese que me enseñaste, tan diferente del calor que sentíamos en nuestra piel a diario, abrasándonos. Tan diferente del fuego que calentaba el aire y lo hacía casi irrespirable y de la lluvia ácida de la que debíamos escapar corriendo, tan letal como las balas de los bandidos y los contrabandistas que nos acechaban día y noche.
El mundo se había vuelto un desierto peligroso después de que los más poderosos se quitaran su máscara de falso altruismo y el resto del mundo tuviera que decidir entre ser honesto o morir de hambre, pero por suerte aún quedaban personas buenas. Estabas tú.  
Charlamos durante horas. El brillo en nuestros ojos no mentía. Tú eras diferente a lo que yo había conocido hasta entonces y yo era lo mismo para ti. Personas distintas a las que habíamos encontrado en el camino. Dos extraños que parecían conocerse de tiempo pasados. Nunca creí en el destino, ni tampoco en la vida después de la muerte, pero el poco tiempo que pasamos juntos me hizo dudar acerca de mis propias creencias. Tal vez nos habíamos encontrado antes. Un vínculo tan especial no puede formarse en tan escaso tiempo ¿o sí?
La mañana llegó pronto y con ella la hora de la despedida. Cargamos las carretas, recogimos el agua que pudimos y cargamos nuestras armas oxidadas. Más adelante nos encontraríamos con un grupo de criminales que intentarían arrebatárnoslo todo. Gracias a ti y al resto de tu familia podríamos evitarlos. Vosotros, por suerte, no tendríais problemas, no nos habíamos cruzado con ninguna banda que nos hubiera amenazado ni nos hubiera robado. Nos agradecisteis que compartiéramos la poca comida que nos quedaba con vosotros. Nos apretamos las manos antes de separarnos. Ninguno quería seguir con su camino y sin embargo lo hicimos.  
Estábamos tristes. No volveríamos a vernos nunca... Esa idea recurrente me mataba. El mundo, aún destruido por nuestra propia raza, por nuestros abuelos, era demasiado grande. Quizás no tanto como lo había sido cuando éramos apenas unos niños, pero sí lo suficientemente amplio como para que nuestros caminos no volvieran a cruzarse nunca.
Suspiré. Sentía un hueco en el pecho. Jamás encontraría una mirada tan limpia como la tuya en este contaminado mundo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario