Nos cruzamos por primera vez, quizás
antes de lo que el destino habría querido, antes de que las circunstancias
fueran favorables para ambos. Viajábamos en direcciones opuestas, por eso nos tuvimos
frente a frente, tan cerca que pudimos comprobar con nuestros propios ojos, prácticamente
ciegos por la ceniza y el polvo, la electricidad que erizó el vello de nuestro
cuerpo cuando nuestras miradas se cruzaron.
La abundancia, el bienestar y la
salud formaban parte del pasado, pero por suerte, aún quedaban retazos del
sentimiento humano, ese que me enseñaste, tan diferente del calor que sentíamos
en nuestra piel a diario, abrasándonos. Tan diferente del fuego que calentaba
el aire y lo hacía casi irrespirable y de la lluvia ácida de la que debíamos
escapar corriendo, tan letal como las balas de los bandidos y los
contrabandistas que nos acechaban día y noche.
El mundo se había vuelto un
desierto peligroso después de que los más poderosos se quitaran su máscara de
falso altruismo y el resto del mundo tuviera que decidir entre ser honesto o
morir de hambre, pero por suerte aún quedaban personas buenas. Estabas tú.
Charlamos durante horas. El
brillo en nuestros ojos no mentía. Tú eras diferente a lo que yo había conocido
hasta entonces y yo era lo mismo para ti. Personas distintas a las que habíamos
encontrado en el camino. Dos extraños que parecían conocerse de tiempo pasados.
Nunca creí en el destino, ni tampoco en la vida después de la muerte, pero el
poco tiempo que pasamos juntos me hizo dudar acerca de mis propias creencias.
Tal vez nos habíamos encontrado antes. Un vínculo tan especial no puede
formarse en tan escaso tiempo ¿o sí?
La mañana llegó pronto y con ella
la hora de la despedida. Cargamos las carretas, recogimos el agua que pudimos y
cargamos nuestras armas oxidadas. Más adelante nos encontraríamos con un grupo
de criminales que intentarían arrebatárnoslo todo. Gracias a ti y al resto de
tu familia podríamos evitarlos. Vosotros, por suerte, no tendríais problemas,
no nos habíamos cruzado con ninguna banda que nos hubiera amenazado ni nos
hubiera robado. Nos agradecisteis que compartiéramos la poca comida que nos
quedaba con vosotros. Nos apretamos las manos antes de separarnos. Ninguno quería
seguir con su camino y sin embargo lo hicimos.
Estábamos tristes. No volveríamos
a vernos nunca... Esa idea recurrente me mataba. El mundo, aún destruido por
nuestra propia raza, por nuestros abuelos, era demasiado grande. Quizás no
tanto como lo había sido cuando éramos apenas unos niños, pero sí lo
suficientemente amplio como para que nuestros caminos no volvieran a cruzarse
nunca.
Suspiré. Sentía un hueco en el pecho. Jamás encontraría una mirada tan limpia como la tuya en este contaminado mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario