¿Cómo podría definir esto que siento?
¿Vacío? ¿Inexistencia? ¿Insignificancia? ¿Es que acaso siento algo? ¿Es que
acaso a alguien le importa?
Este hueco es demasiado grande,
pero es eso, un hueco lleno a rebosar de angustia y miedo, un peso que me
hunde, que me atenaza como una garra helada el corazón. ¿Debería hacer algo
para cambiar lo que soy? ¿Es que acaso tengo algo malo? ¿Hay algo que no está
bien en mí?
Risas. Vergüenza. El tirón de
unas manos invisibles que quieren arrastrarme bajo tierra. Mis propios pensamientos.
El dolor, la desconfianza, la falta de autoestima, la culpa. Todo me quema
hasta que no quedan de mí más que cenizas que reptan, arrastrándose, hasta que
no puedo respirar. Ya ni el sueño me consuela, las pesadillas me atormentan y
se reflejan en mis ojos hundidos y mis ojeras kilométricas. La vida me pesa.
¿Estaré perdiendo la cabeza?
Siento en el pecho un vacío.
Quizás el vacío sea la solución. Camino al borde del abismo, con los brazos
alzados para mantener el equilibrio. Un paso en falso y todo se acabó. Metros y
metros de nada, de vacío, ese vacío que tengo tan dentro.
Valgo tan poco… no valgo nada.
¿Qué pasaría si desapareciera para siempre? Sería tan fácil dar un paso fuera
de la línea, sentir el viento en mi cabello, en el rostro, antes de desaparecer.
Quizá sea tan placentero como dormir toda la noche del tirón. Quizás…
Otro paso correcto. Uno detrás de
otro. La línea de mi cordura es la línea que me separa del precipicio de la
locura, de hacer algo incorrecto, pero tan atractivo, tan fácil… Al fin y al cabo,
a quién le importa.
Veo una luz, los faros de un coche
de motor ronco. Lo conozco. Nunca olvido un sonido familiar. Se cierra la puerta
del conductor a mis espaldas, con un golpe seco. Unos pasos apresurados se
acercan a mí, se acercan al precipicio, a la oscuridad insondable. Me vuelvo y veo sus ojos aguados, sus
ganas de agarrarme y hacerme entrar en razón, a golpes de ser necesario. Me tiende
su mano con una sonrisa cálida tras las lágrimas. Quizás sí que le importa a alguien
después de todo.
Las manos muertas que me arrastran
se retiran, se disipan. Los faros del coche han desterrado las tinieblas. La
luz de sus ojos ha apartado esa oscuridad, aunque sea momentáneamente. Cojo su
mano tibia y tira de mí. Me reprocha y me grita, pero me abraza. No le culpo.
No tiene la culpa. Soy una persona irresponsable y egoísta.
Me ayuda a entrar en el coche y volvemos a casa por la carretera desierta. A casi nadie le gusta conducir de madrugada. Habla para que mi cabeza esté ocupada, pero yo sigo pensando en el precipicio. La oscuridad volverá tarde o temprano, como hace siempre. Algún día no podrá salvarme. Le dolerá, pero todo acaba curando. Todos somos reemplazables, más aún una pieza que nunca ha encajado. Sonrío. Al fin y al cabo, a quién le importa una pieza rota.
Me ayuda a entrar en el coche y volvemos a casa por la carretera desierta. A casi nadie le gusta conducir de madrugada. Habla para que mi cabeza esté ocupada, pero yo sigo pensando en el precipicio. La oscuridad volverá tarde o temprano, como hace siempre. Algún día no podrá salvarme. Le dolerá, pero todo acaba curando. Todos somos reemplazables, más aún una pieza que nunca ha encajado. Sonrío. Al fin y al cabo, a quién le importa una pieza rota.
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