La Sujeto Número 22 había nacido y crecido entre las cuatro acolchadas paredes de la habitación a la que debía su nombre. Se trataba de una niña sana, de piel pálida, rubia, alta, delgada y muy inteligente para su edad. A pesar del confinamiento permanente en el que vivía desde su primer minuto de vida, había demostrado reaccionar perfectamente a todos los estímulos a los que se la había sometido, pensaba con lógica y resolvía rápidamente los problemas que se le planteaban con el conocimiento que aprendía cada tres días. En menos de una semana, podía resolver varios problemas de matemáticas complejos y leer un par de libros. En el último ensayo, descubrimos que se había confeccionado un vestido blanco ella misma, tan solo con una tela blanca, aguja e hilo del mismo color, siguiendo un patrón que le habíamos proporcionado. Era fascinante verla en acción, casi hipnotizante. Ejecutaba cada movimiento con una precisión excelente y su concentración era total. Durante horas, podía permanecer con la mirada gris clavada en el papel y sin hacer un solo cálculo con el lápiz, dar el resultado correcto. La Sujeto Número 22 era perfecta, hasta que se nos ocurrió estudiar qué ocurriría si entraba en contacto con El Sujeto Número 20.
Nunca podré olvidar aquel día lluvioso en el que los trasladamos en camillas blancas. Ambos estaban sedados. Así serían incapaces de recorrer el camino que les llevaría de vuelta a sus habitaciones empleando su extraordinaria inteligencia. El Sujeto Número 20 fue el primero en despertar. Sus intensos ojos de color café no tardaron en reparar en La Sujeto Número 22. Se acercó a ella con timidez, mientras se acariciaba el cabello oscuro con la punta de los dedos. La observaba con detenimiento, incluso olisqueaba el aire, tal y como hubiera hecho un animal. El Sujeto Número 20 había crecido apartado de toda lógica, de las matemáticas, y del lenguaje. Su única forma de expresión habían sido los pinceles, los lienzos y los colores. Él, al contrario que La Sujeto Número 22, no era capaz de razonar, no había adquirido los conocimientos necesarios. Sin embargo, sí que sabía expresarse a través del arte, de los sonidos y la percusión. En ese sentido, también era perfecto. Un ser creativo al completo, sin limitaciones lógicas. Un éxito rotundo.
En el momento en el que La Sujeto Número 22 recuperó la consciencia, gritó. Era la primera vez en su vida que tenía contacto con alguien como El Sujeto Número 20. Su piel negra, sus ojos oscuros y su increíble musculatura le eran extraños. Olía a pintura y a sudor y ella lo miraba con desagrado. Ni siquiera se reconoció en él hasta que vio sus manos, idénticas a las suyas, completamente funcionales, sus piernas, su cuello y la forma de su rostro, tan similares a las que ella percibía en su propio ser a pesar de nunca haber visto su reflejo en un espejo. Después del primer reconocimiento, ella trató de hablarle, pero él no entendía una sola palabra y ella miraba sus intentos inútiles de comunicarse mediante colores con una ceja levantada. Cada uno de ellos había establecido su propio sistema de comunicación con los monitores que utilizábamos para enseñarles las aptitudes que queríamos que desarrollaran, así que teníamos la teoría de que aquellos dos seres perfectos, lógica y creatividad puras, jamás se entenderían.
El experimento siguió adelante durante algunos meses. Los dos sujetos parecían rehuirse a pesar de la evidente fascinación que sentían por el trabajo del otro y, aunque parecían encontrarse cómodos, no consiguieron entablar conversación durante aquel tiempo. A los pocos días, dimos por terminada la experiencia. Teníamos la prueba definitiva de que el ser humano podía vivir desarrollando todo su potencial lógico o creativo sin ninguna consecuencia para la sociedad ya que parecían respetarse a pesar de no entenderse.
Ambos sujetos volvieron a sus habitaciones, al aislamiento que habían mantenido desde niños y fueron observados durante varias semanas sin que se apreciaran cambios significativos. Después de aquello, los otros investigadores se olvidaron de ellos, pero yo no pude evitar sentir curiosidad por su evolución. En su comportamiento a largo plazo podrían residir claves importantes que nos enseñaran algo más de la naturaleza humana por más que mis colegas se negaran. Por esa razón, durante una de mis guardias nocturnas, me deslice hasta el control de la habitación número 22. La Sujeto Número 22 aún no estaba dormida, sino que tenía las piernas sobre el colchón y utilizaba uno de los pinceles que le habíamos proporcionado después de sus visitas al Sujeto Número 20. Las cerdas y parte de la virola del pequeño instrumento estaban manchadas de pintura negra, la misma que repartía sobre la piel de sus manos poco a poco, con movimientos precisos y metodológicos. Fascinado, la observé durante varios minutos, mientras la pintura llegaba hasta sus codos y ella comenzaba a repasar su mejilla con el pincel, dejando un rastro negro por su rostro inmaculado. No pude evitar acercarme a la consola y teclear unas preguntas. ¿Qué te ocurre? ¿Por qué haces esto?
Al escuchar el pitido de la computadora, La Sujeto Número 22 se acercó hasta el teclado y escribió con una precisión absoluta: Lo necesito. Necesito mi otra mitad. Mi complementario. Lo que el negro es al blanco y la creatividad a la lógica. No sé cómo he vivido tantos años apartada de una parte tan importante de mí misma. Nunca he estado completa.
Tragué saliva. Jamás hubiera esperado un comportamiento así de ella. Volví a escribir: No sé por qué dices eso. Eres perfecta.
Ella le dedicó una ligera sonrisa al monitor antes de responderme: Ahora sí lo soy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario