lunes, 24 de mayo de 2021

Amor etéreo

¿Estoy enamorada? ¿Me enamoré? Eso es lo que todos dicen. Tal vez debería admitir que tienen razón, hacerme a la idea, por muy doloroso y aterrador que sea, de que estoy perdidamente enamorada de un espejismo, de un fantasma, de una ilusión que tan solo habita en mi cabeza, de una fantasía imposible.

Me levanto de la cama. Hace días que no salgo de la alcoba a pesar de que mi doncella insiste en vestirme para pasear por el jardín de árboles en flor. Sin embargo, lo último que quiero es deambular opacando con mi figura delgada y mi piel enfermiza tanta belleza, me siento reacia a volver ahí fuera y enfrentarme a la realidad. ¿Y si tienen razón y no existe el hombre al que amo? ¿Y si de verdad estoy tan loca como describen las personas que me conocen y todo es fruto de mi imaginación? Mis padres alguna vez mencionaron a nuestras amistades, a carcajadas, que cuando era solo una niña insistía en que un muchacho me miraba desde la linde del bosque y que por mucho que buscaron, horrorizados ante la idea de que aquel chico quisiera hacerme daño, nunca lo encontraron, jamás, ni siquiera en los pueblos cercanos o en las casa de campo que rodean a la nuestra... ¿y si el hombre que habita en mi corazón es como ese muchacho? Tan solo una sombra imaginaria entre la espesura del bosque.  

Mis pasos se dirigen hacia la chimenea. El calor de las llamas y el crepitar del fuego me reconfortan. Me dejo caer sobre la repisa y acaricio con la punta de los dedos la cola malva de la pequeña sirena de porcelana. Esta sentada sobre una roca con la espalda muy recta. Me sonríe. Ella es la única que me sonríe y que me ha sonreído a diario. Tiene el récord de sonrisas en esta casa sombría y tensa en la que ni el más alegre de los seres humanos podría ser feliz, en la que los gritos y los lloros son el pan de cada día y en la que los criados duran tan poco tiempo y se marchan acosados por los insultos y los malos tratos que apenas soy capaz de aprenderme sus nombres. A veces, me extraña que encontremos alguien que quiera trabajar en nuestra casa, pero luego recuerdo que el hambre es peor que lidiar con una mujer prepotente, un hombre malhumorado y una muchacha loca que ve amantes que no existen. 

Tras abandonar la chimenea, me encamino hacia la ventana. Desde allí, lejos de nuestro hermoso jardín, puedo ver el pequeño estanque en el que se refleja la propiedad de mi padre y la linde del bosque, el punto exacto en el que veo a mi amor imposible cada mañana, el punto exacto en el que se encuentra en este precio momento, tan puntual como siempre. Allí está, de pie, con su abrigo largo color crema, el pañuelo al cuello y su perfecto sombrero. Noto sus ojos clavados en mí y suspiro mientras las yemas de mis dedos acarician suavemente la superficie helada de cristal. Suspiro de nuevo, impotente. Sé que no sirve de nada recorrer a toda prisa la distancia que separa la casa del estanque y el bosque, sé que es inútil intentarlo siquiera. Nunca está cuando llego con las botas embarradas y las faldas recogidas, jamás permanece a la espera de mi llegada. Jamás. Jamás... 

Las lágrimas arden en mis mejillas, el corazón me late en el pecho, sobrecogido. Sí, estoy enamorada. Sí, sé que es una locura, pero me niego a aceptar que aquel hombre que está parado allí a lo lejos no existe, me niego a pensar que es poco más que una ilusión muy educada que cada día, como hoy, se toca el sombrero, hace una ligera reverencia y se marcha hasta la mañana siguiente. 

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