lunes, 3 de agosto de 2020

Pesadilla

Jamás habría imaginado una situación como esta mientras aprendía el arte de la medicina junto a mi maestro. Si él hubiera presenciado tal desgracia, tendría el alma desgarrada y el corazón encogido, tal y como yo lo tengo. Sin embargo, fue de los primeros en morir. Nuestro gremio fue el más castigado y la debilidad y el desgaste de sus años no fueron perdonados por la enfermedad. Mi maestro no fue el primero y tampoco el último, ni siquiera yo puedo asegurar que esta máscara me proteja del castigo que Dios, o incluso el mismo Demonio, nos ha enviado. Otros más jóvenes que yo y menos expuestos han caído. No hay día que me levante pensando si será el último, si podré volver a ver a Anna o podré regresa a Viena. Todo es muy complicado y difícil. 
Intento escribir esta carta con puño firme, pero me tiembla el pulso. A medida que avanzan los días la carga es más difícil de sobrellevar. Las imágenes de los cadáveres amontonados en las calles son terribles. Los enfermos piden ayuda mientras que los sanos —o aquellos que creen que lo están— huyen despavoridos, con los ojos desorbitados, llorosos y cargados de miedo, sin saber dónde meterse, pues no hay escapatoria. 
Todas estas estampas crueles y desgarradoras no dejan de desfilar en mi mente durante todo el día y tampoco lo hacen durante la noche. Las pesadillas no me dejan descansar, el miedo me atenaza el corazón. 
Tengo a mi lado el uniforme. La ropa negra, los guantes negros, las botas negras, la máscara negra de pico largo con hierbas aromáticas para poder soportar el hedor de los cuerpos. Parecemos grandes cuervos. Precedemos a la muerte, pues poco podemos hacer. La situación se nos escapa de las manos. Hemos aprendido a sanar, somos médicos, es lo que se espera de nosotros, pero todo nuestro esfuerzo es en vano. No somos capaces de parar esta locura y no sabemos cuánto tardaremos en dejar de respirar y sumarnos a la infinita pila mortuoria. No estamos a salvo. Nuestro conocimiento no nos hace inmunes a lo que sea que está provocando esta situación, este mal sueño común del que no podemos despertar. 
Querido Paul, me despido de ti. No sé si para cuando esta carta cruce el continente tú seguirás vivo y tampoco sé si yo lo estaré para recibir tu respuesta. Lo que más deseo es que sobrevivamos a esta catástrofe y podamos volver a reunirnos. Si llegaras a leer esto, tan solo quiero que le des un beso a Anna de mi parte y dile que su padre desea volver a verla. Si no ha ocurrido nada terrible, Dios no lo quiera, debe de haber crecido muchísimo desde que me marché. 
Siempre vuestro. 
Víctor. 

~~

Dejo la pluma a un lado y me levanto de la silla. Hace días que me siento extraño, cansado y sin fuerzas. No tengo suficientes horas en el día para dormir, pero tampoco puedo hacerlo, por muy cansado que esté. La situación me sobrepasa, la presión me aplasta contra el suelo y, por mucho que intente resistir, sé que me quebraré como el cristal fino. Todos tenemos un límite y yo tan solo estoy esperando llegar al mío. 
Apoyo las manos en la ventana y miro hacia el exterior. Amanece un nuevo día y todo es frío, gris y triste. No se ven rostros felices, nadie ríe y no hay gritos de alegría, solo lágrimas, dolor y desesperación. 
Me llevo las manos al rostro y suspiro. 
¿Cuándo acabará esta pesadilla? 


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