Se encontraba oculta, encajada en la piedra. El moho y el barro que la cubrían apenas dejaban observar sus detalles, pero estaba convencido de que esa era la llave que tanto tiempo llevaba buscando y que tanto esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas le había costado encontrar. Ylas recorrió rápidamente la zona con la vista, cerciorándose de que nadie le observaba y corrió hacia la espesura, perdiéndose en la oscuridad del bosque. Sus pasos le llevaban lejos mientras cerraba con fuerza sus manos temblorosas y llenas de cicatrices sobre la llave, aferrándola junto a su pecho. Tenía miedo. No podría soportar que volvieran a arrebatársela de nuevo. El joven, emocionado, tan solo podía pensar en aquel pequeño objeto por el que tanto había luchado, tan lejos de su hogar, tan lejos de las personas a las que quería. Solo pensaba en que por fin había logrado su objetivo. Sin embargo, su felicidad desapareció en cuanto levantó la vista. Se encontraba en lo más profundo del bosque, en un laberinto natural que lo había engullido en la penumbra de la noche. Desesperado, comenzó a buscar el portal por el que había cruzado, el único que le devolvería su propio mundo, pero no lo encontraba por ninguna parte. Rezaba en voz baja, rogando a sus dioses que no se hubiera cerrado, cuando escuchó a su espalda el crujir de las hojas y las ramas secas del bosque.
Ylas se detuvo, aterrado. Temía
girarse y encontrarse con alguna de aquellas pesadillas que lo habían
perseguido durante tanto tiempo. Esperaba que, aquello que allí estuviese, no
pudiera verlo si él no miraba. Una fragancia almizcleña inundaba la zona del
bosque en el que se encontraba y se oía una respiración agitada, hambrienta, el rechinar de unos dientes afilados. Un rugido fue suficiente para
despertar todos sus sentidos. Aquella criatura y él ya se habían encontrado en
otro tiempo. Ya se habían enfrentado antes. Ella también lo había reconocido.
Apretó la llave con fuerza, a
punto de girarse para encontrarse de frente con los ojos rojizos a aterradores
de la bestia. Sin embargo, el gruñido gutural de otra criatura le hizo
detenerse. Sea lo que fuera que hubiera llegado, se abalanzó sobre su enemigo en
una lucha encarnizada. Los latidos del joven se aceleraron y, temblando, echó a
correr. Debía llegar al portal, la pequeña, sucia y arañada llave ardía, le quemaba
en las manos como si se tratara de un hierro al rojo vivo. Deseaba tanto como
él llegar a su hogar, clamaba regresar a su lugar y cumplir la función con la
que había sido creada. Sin embargo, el destino quiso que un tronco caído,
camuflado entre la sombría senda, le hiciera tropezar y caer de bruces sobre las
raíces y las hojas de los árboles. La llave se escurrió de sus dedos y cayó al
abismo que se abría a algunos pasos de él. El joven, con el rostro y las
rodillas arañadas, no se lo pensó dos veces antes de saltar al vacío y desaparecer para siempre en la oscuridad.
Noah era la exploradora más joven
del grupo. Se había dedicado a la espeleología desde que era una niña y se
enorgullecía de ser la única que tenía una vista tan aguda como para encontrar
las reliquias más pequeñas en el fondo de los abismos más grandes. Sin embargo,
lo que encontró aquel día podría haberlo encontrado cualquiera de sus
compañeros. En el suelo empedrado, yacía un esqueleto vestido con harapos. Sin
duda, debía de haber sido alguien extraño en vida, porque en ninguna de sus
clases de historia le habían mencionado que alguna vez aquellos ropajes de lana
hubieran estado de moda. Noah se acercó a él, emocionada y examinó con sumo cuidado
los restos. Entre los huesos de las manos, que parecían una jaula amarillenta,
se encontraba una pequeña llave repleta de símbolos extraños. Nada más verla, la joven se
estremeció, sin saber muy bien por qué.
—¿Has encontrado algo? —preguntó
la voz de su compañero desde algún punto de la parte superior del abismo.
—¡Aquí abajo hay un esqueleto!
—exclamó.
—¿Tiene algo?
—Va vestido con ropa extraña… pero
nada más.
—Ya mismo bajo. No te muevas de
ahí.
Noah no sabía muy bien por qué había
omitido que la llave se encontraba allí. Era un objeto que desprendía una
energía extraña, misteriosa, casi mágica. La joven se arrodilló junto a los
restos y se hizo con ella rápidamente, olvidándose de mostrar sus respetos a
quien quiera que hubiera sido aquel desgraciado que cayó hasta el fondo del
abismo y se destrozó el cráneo contra las rocas. Guardó con cuidado la pequeña
reliquia en su mochila y, después de llamar a la policía y darle todos los
detalles del hallazgo, se marchó a casa.
Durante meses, Noah no pudo dormir. Pasaba las noches en vela, investigando sobre aquel maravilloso objeto del que tan solo ella tenía conocimiento, pero ni la forma curvada de los dientes ni el material poroso concordaban con nada que se hubiera conocido. Hacía semanas que la joven había guardado la reliquia en un cajón. No podía verla sin sentir una profunda opresión en el pecho. Con el paso del tiempo, la llave se convirtió en una obsesión, ocupaba día y noche sus pensamientos, la escuchaba llamándola desde el cajón, vibrando contra la madera o incluso llorando. El día que volvió a casa y encontró que había escapado de su encierro y esperaba inmóvil sobre la alfombra de pelo blanco del salón, llegó a su límite. No podía soportarlo más, así que se colocó su equipo de exploración y con la llave bien sujeta en su puño se marchó al mismo lugar en el que la había encontrado.
Una vez en el filo del abismo,
casi al atardecer, alzó su mano temblorosa. Agarraba la llave con la punta de
los dedos. Estaba dispuesta a devolverla, no quería volver a saber de ella
nunca más, así tuviera que entregársela al mismo demonio. Sin embargo, cuando
los últimos rayos anaranjados pasaron por encima de la superficie de la llave, esta
comenzó a brillar como Noah jamás hubo esperado que lo hiciera. De
inmediato, cientos de destellos dorados comenzaron a flotar a su alrededor. Un
pequeño rayo salió despedido de la reliquia y, ante sus ojos atónitos, se desplegó
un aro neblinoso justo sobre el abismo. Todo en el bosque pareció vibrar con la
aparición del portal y la corriente mágica que manaba del mismo. La joven, hipnotizada,
trató de rozar aquella superficie que parecía oro líquido con los dedos. Dio un ligero paso adelante y
el abismo se abrió ante ella, como una boca hambrienta que deseaba devorarla.
La joven gritó, pero, de pronto, una mano repleta de cicatrices y que vestía las mismas ropas que el
esqueleto que ella había encontrado, la agarró por la muñeca. Aquel desconocido
dio un tirón y el portal la engulló, ahogando su grito y devolviendo al bosque el
silencio que le pertenecía.