—¡Hola! —gritas desde el recibidor—
¡Ya estoy aquí!
—¿Has traído las cebollas? —te
pregunto.
El chisporroteo de las verduras
en la sartén ahoga ligeramente mis palabras. Tú entras en la cocina y me
sonríes, con esa sonrisa tan preciosa que tienes. Me enseñas la bolsa,
orgulloso de tu buena memoria. Alzo una ceja. Sé perfectamente cómo
fastidiarte.
—Te has olvidado del suavizante.
La sonrisa se te borra de la
cara. Se te ve fastidiado. Yo sigo moviendo la comida para que no se pegue. Si me miras a los ojos sabrás que estoy mintiendo.
—¿Qué? ¡No me dijiste nada del
suavizante!
—Sí que te lo dije. Te lo repetí
varias veces.
—¿En serio? —pregunta y te pasas la mano por el cabello negro. Eres como un niño. Sabes que eres un despistado.
—En absoluto. Solo te tomaba el
pelo.
Parpadeas un par de veces y luego ríes. Me das un ligero golpecito en el hombro y me abrazas. Quieres hacerme cosquillas,
pero no te dejo. Te mando a poner la mesa y termino la comida. Solo le queda el
toque final y llenar los platos. Es nuestro aniversario, nuestro primer año desde que nos conocimos y dos meses desde que nos fuéramos a vivir juntos, así que le he preparado
algo especial. Un plato que sé que le encanta.
Me coges de la mano mientras
comemos y la aprietas. Solo una vez. Es una pequeña muestra de cariño. Siempre aprovechas cualquier momento para demostrarme que estás ahí. Que siempre lo estarás.
Acabamos de comer y dejamos la
mesa puesta. Hay día de sobra para recoger y fregar la cocina. No nos importa
demasiado el desorden. A mí no me molesta en absoluto y tú estás empezando a
tomar mis malas costumbres. Nos tumbamos en el sofá, uno a lado del otro y
vemos algo en la tele. No hay gran cosa, pero yo me conformo si estoy a tu lado. Tu calor me reconforta y me hace sentir grande. Estás conmigo y yo estoy contigo.
Eso es lo importante.
De pronto, mi móvil vibra en el
bolsillo. Tengo una llamada perdida y algunos mensajes. Sé de quién son, quiere
que vaya a verle. Quiere verme. Quiere que pasemos la tarde juntos. Suspiro. No
merece la pena. Apago el móvil y lo dejo sobre la mesa. Hoy no pienso dejar que
nadie me moleste.
—¿Quién era? —preguntas.
Te sonrío y vuelvo a recostarme
sobre tu pecho, después de darte un beso tierno en los labios.
—No es nada importante.
Me abrazas. Escucho tu corazón
latir suavemente en tu pecho. En poco tiempo te quedas dormido.
Quizás esto es lo que siempre
había soñado. Una vida juntos. Quizás este es el amor del que siempre me habían
hablado y que tanto tiempo había estado buscando.
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