Estamos perdidos. Demasiado lejos
de la civilización. No podemos volver. El río ha engullido la ciudad. La tierra
se ha sacudido y los edificios han colapsado. Se han venido abajo como gigantes
de metal y cristal entre explosiones ensordecedoras.
—Vamos.
Tiras de mi mano. Me apartas del
cerro para que no siga viendo la destrucción. El caos. Ya no queda nada de
nuestro hogar, de nuestra vida.
—Vamos —repites.
Sueltas mi mano. Camino tras de
ti por el sendero. Estamos rodeados de los árboles que beben del río. Nuestras
botas se hunden en el fango.
—No puedo seguirte —te digo, pero
no te detienes.
Solo veo tu espalda, cubierta por
un gran abrigo gris. Ni siquiera estoy segura de que seas tú. No sé quién eres,
pero me estás llevando a un lugar seguro. O eso creo. En mitad de la montaña
estamos a salvo. La naturaleza solo ha desatado su furia contra la ciudad, contra
las estructuras que la dañan y conquistan sus territorios.
—¿Estará bien?
—¿Quién?
Trago saliva pero no contesto. Estoy muy preocupada.
Él no había venido con nosotros.
De repente, aparece
una cabaña ante nuestros ojos. Parece algo vieja y destartalada. Tan solo tiene una
ventana con un cristal roto y la puerta se ha salido del marco. Sin embargo,
parece que ahí dentro vive alguien. El fuego está encendido. Sale humo de la
chimenea.
—Todo esto es culpa tuya. ¿Lo
sabías? —preguntas, sin volverte.
Me detengo. No entiendo a qué te
refieres. Yo no tengo control sobre la furia de la naturaleza.
—¿Culpa mía?
—Éramos bastante felices aquí. Y
tú lo has destruido todo.
—Yo no he hecho nada… —murmuro.
No sé a qué se refiere —Nunca he visto este sitio. Estamos en mitad de la nada.
Te encoges de hombros. Sigues sin
girarte. No te veo la cara. Te estás escondiendo de mí. Me evitas. No quieres
mirarme a los ojos. Te doy asco. ¿Es eso? ¿Estás asqueado?
La tierra tiembla de nuevo. Los
árboles se sacuden. De la cabaña sale un sonido espantoso, como un grito. El
humo deja de ascender por la chimenea. La madera comienza a quemarse. Aquel
pequeño y descuidado refugio es pasto de las llamas.
—¿Crees que estará a salvo?
—pregunto de nuevo, temblando.
—¿Quién?
—León.
—León está muerto.
Me levanto de golpe. Jadeo y no
dejo de llorar. La oscuridad me envuelve. Hace frío en la habitación. El
despertador me dice que son las cinco de la mañana.
Enciendo la luz. No hay nadie allí.
Ya no queda nadie conmigo. Tú te has marchado. No quieres volver a verme. León
murió hace ya casi un año. Estoy completamente sola. Ya no tengo a nadie.
Abrazo mis rodillas y bajo la
cabeza. No puedo dejar de llorar. Es muy injusto. La vida es injusta. Solo
quiero desaparecer. Solo quiero que el sufrimiento y el dolor acaben, que, como
en mi pesadilla, el suelo tiemble y la tierra se abra. Que me engulla. Para
siempre.
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