lunes, 21 de octubre de 2019

Debilidad


No puedo creer que lo haya hecho. No puedo creer que de verdad haya sido capaz de quitarse la vida.
Me siento sobre uno de los bancos de piedra del parque. Víctor se sienta a mi lado y frota mis brazos para hacerme sentir reconfortada. Sabe que ahora mismo estoy helada por dentro.
—No te martirices…
Reviso con ansia los mensajes. Aquí están. Hace dos días que León dio su último aviso. Quería que fuera a verle. Quería pasar la tarde conmigo. Me dijo que me necesitaba. Y yo simplemente le ignoré. Aquellos mensajes… aquellos mensajes fueron su último grito de auxilio. Y yo…
—¿Cómo ha sido? —pregunto, a media voz. Las lágrimas ruedan por mis mejillas. No puedo contener el llanto.
Víctor se encoge de hombros. A él no le importa lo más mínimo lo que haya pasado con León, pero sí que le importo yo. Sé que no quiere hacerme daño.
—Necesito saberlo. Por favor… —imploro.
—Sobredosis —escupe—. Lo ha encontrado el casero. Le dio un ultimátum para pagar el apartamento y fue a buscar el dinero.
—¿Dónde se lo han llevado?
—Al parecer sus padres aún seguían manteniéndolo en la póliza del seguro, así que lo han llevado a una funeraria de las afueras. Mañana lo enterrarán.
Asiento. No puedo asimilarlo. León se ha quitado la vida. Ha acabado cediendo. Sus debilidades han acabado venciéndolo.
—¿Ellos van a ir? —pregunto, pero ya sé la respuesta. Hacía muchos años que los padres de León se habían desvinculado de él. Lo habían apartado de su familia prácticamente a patadas.
—El casero no los ha mencionado para nada. Solo me ha dicho lo del seguro.
Asiento de nuevo. No dejo de imaginarme a León sentado al borde de la cama. Con la jeringuilla en la mano. Cargada con el doble de la dosis que su cuerpo puede soportar. Sabiendo que cuando empuje el émbolo y el líquido se incorpore a su sangre no habrá vuelta atrás. Sabiendo que sus padres no derramarían una lágrima por él. Sabiendo que yo no he querido saber nada de él cuando me necesitaba. Sintiéndose vulnerable y débil. Y esperando que no fuera demasiado doloroso. 
—¿Por qué lo ha hecho?
—¿Quién sabe? Nunca ha estado muy bien de la cabeza.
Le dirijo a Víctor una mirada encendida y él enmudece. Sabe que lo que ha dicho está mal, pero no me pide perdón. Simplemente me ayuda a levantarme. Quiere que vaya a casa y me cambie para ir al tanatorio.
Lo odia, me prohibió volver a verlo si quería mantener nuestra relación y aun así quiere que me despida de él por última vez. Víctor no es malvado, simplemente quiere lo mejor para mí. Para ambos. Sabe que soy débil y por eso debe llevar la voz cantante. Sabe que necesito que me dirija.
Sabe que lo necesito.

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