Hoy,
como todos los años en esta fecha, hemos decorado el interior de las casas
con calabazas y velas. El olor a incienso y flores inunda nuestros cálidos
hogares. Hemos hecho dulces, galletas y bizcochos, con harina, leche y miel, en
abundancia, para cuando los niños de las otras brujas vengan a buscarlos. Debe haber
suficiente para todos.
—¿Puedo
comer algunos más, mamá? —me pregunta Niall.
Sus
ojos oscuros me miran con inocencia y ternura. Sonríe. Sabe cómo tiene que
pedir las cosas para salirse con la suya.
—Aún
es pronto. Tenemos que dejar dulces para Evelyn y Olivia.
Le
tiendo la mano y lo llevo hacia el fuego. El pequeño se sienta con las piernas
cruzadas. Me sigue mirando. Sabe que siempre que lo llevo hacia la chimenea es
para contarle alguna de mis historias.
—¿Has
oído hablar sobre La danza de Breogan?
Niall
sacude la cabeza. Sus ojos me ruegan que me siente con él y le cuente aquella
leyenda. Y así lo hago. Mi niño se acomoda en mi regazo y contempla el fuego
mientras le acaricio el cabello negro como la noche. Sé que va a escucharme
atentamente. Siempre lo hace.
—Había
una vez, un leñador llamado Breogan. Era un hombre fuerte al que le encantaba beber
y bailar. Una noche como hoy, mientras cazaba, vio a un grupo de gente vestida
con ropa elegante y con el rostro pintado con líneas blancas que llevaba cestas
repletas de bizcochos, frutas y miel. Iban cantando y bailando. Tenían
instrumentos brillantes y parecían muy felices.
>>Breogan,
curioso, se acerco a todas aquellas personas. Una de las chicas, lo tomó del
brazo y le pasó su cesta. Él, orgulloso, no se lo pensó dos veces antes de aceptar
su oferta y los siguió. Conocía las canciones y también los bailes. Había
bailado durante toda su vida alrededor de la hoguera hasta el amanecer y aquel
día no iba a ser diferente. Bailó hasta que sus fuerzas menguaron y entonces se
retiró a descansar a los pies de un gran árbol mientras comía un poco de
bizcocho de calabaza.
>>La
chica que le había invitado a asistir a aquella fiesta se acercó entonces hasta
él. Le sonrió y se sentó a su lado.
—¿Aún
no sabes dónde estás? —le preguntó— ¿No te acuerdas de mí?
>>Él
negó con la cabeza. Era cierto que los rasgos de aquella muchacha le eran
familiares. Sin embargo, hacía mucho tiempo que no la veía. Ella le sonrió de
nuevo y le murmuró su nombre al oído.
>>Inmediatamente,
el rostro cuadrado de Breogan palideció. Recordaba claramente a aquella chica. Le
había dado el último adiós al principio de aquel mismo año. Y también había
asistido a despedirse de todas aquellas personas que bailaban con él durante la
noche. Eran algunos de sus vecinos que ya habían fallecido.
>>Los
espíritus se burlaron de él, lo acorralaron y no lo dejaron escapar. Breogan se
desmayó al sentirse acorralado.
>>Nada
más salir el sol, el joven cazador despertó en el centro de un círculo de
piedra.
—¿Cómo
el que hay detrás de casa? —pregunta Niall.
Asiento
y le acaricio el cabello. No sé si es demasiado pequeño para contarle una
historia como esta. Solo tiene cinco años.
—Como
el que hay detrás de casa— sonrío—. La fiesta a la que Breogan asistió fue la
fiesta de los espíritus. Durante el Samahin, salen al bosque y son poderosos.
Por eso nosotros nos disfrazamos como ellos, encendemos hogueras para evitarlos
y les ofrecemos dulces y otras cosas para comer.
—¿Así
acaba la historia?
Asiento
y él sonríe. Rápidamente se pone de pie y va hacia la mesa donde está preparada
la comida. Coge un puñado de galletas y se encamina hacia la puerta.
—¿A
dónde vas? —pregunto.
—Afuera.
Quiero poner comida para que vengan los espíritus. Quiero ver uno.
Me
pongo de pie y le sigo. Le sonrío. Es un niño excepcional.
—Vamos,
cariño. Aunque no te entristezcas si al final no viene ninguno.
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