—¿Es que no me escuchas? ¿Julia?
¡Julia!
Levanto la vista hacia tu rostro.
Pareces muy preocupado. Tus ojos arden. Has parado el coche en mitad de la
nada. En medio de ninguna parte. Aún queda mucho para llegar al centro de la
ciudad. Para llegar al apartamento que me dejaste como si se tratara de limosna.
Seguimos en los suburbios. Mi territorio. Ninguna parte.
—Has estado a punto de matarte.
¿En qué estabas pensando?

—En desaparecer… —murmuro.
Las gotas de lluvia siguen golpeando
la luna del coche. Los limpiaparabrisas siguen su vaivén, ajenos a la tensión
que se mantiene en el interior del habitáculo del coche. Me miras. Te has quedado sin palabras. Quizá nunca te imaginaste que fueras a verme subida sobre la
baranda del puente, dispuesta a saltar al cauce seco. Tú nunca habías visto el abismo.
Tampoco lo habías sentido. Ni habías escuchado su llamada.
—Ojalá me pareciera más a ti. Tú
siempre sabes lo que tienes que hacer.
Suspiras y acaricias el volante
con las manos.
—Ahora mismo no sé qué hacer. No
sé qué decir. Volvía de camino a casa y te he encontrado subida al puente a
punto de…
Sonreí. Le costaba reconocer que había
querido suicidarme.
—Puedes decirlo. No va a cambiar
nada.
—No quiero decirlo. No quiero que
vuelva a suceder algo tan horrible. No si puedo evitarlo.
Me río con ganas después de mucho
tiempo. La situación me parece demasiado cómica. En más de un año no te has preocupado por mi bienestar. Me has evitado por todos los medios posibles. No has contestado a mis llamadas. Me has menospreciado. No te ha importado verme hundida.
No te ha importado mi dolor. Hasta que todo te ha estallado en la cara.
Frunzo el ceño. Y te miro. Un
interruptor ha girado en mi cabeza.
—Yo no necesito tu ayuda.
Parpadeas un par de veces.
—¿Cómo dices?
—Que no necesito tu ayuda. No ahora.
Ni ahora ni nunca.
Abro la puerta del coche y salgo
a la lluvia. Gritas a voces mi nombre. Me llamas. Pero me da igual. Me
enfureces. Tu dolor falso. Tus lágrimas al verme en el puente. Tu hipocresía. En
todo este tiempo no te he importado lo más mínimo. Y ahora insinúas que soy importante para ti.
El dolor ha dado paso a la ira.
Ardo por dentro. Mi sangre hierve en mis venas, martillea en mis oídos. Estoy furiosa.
—¡Julia!
—¡Que te den, Víctor! ¡Ahora y
siempre! ¡Olvídate de lo que has visto hoy! ¡Haz como que no existo! Como has
hecho todos estos meses. ¡Ni se te ocurra seguirme!
Me calo la capucha de mi sudadera
y meto las manos en los bolsillos. Sigue lloviendo y la lluvia me empapa. Pero
me da igual. No tengo tabaco. Pero me da igual. Todo me da igual.
La luz de las farolas ilumina mi
camino. Las manos que tiraban de mí, la oscuridad que me rodeaba, ha quedado en
el interior del coche. Envuelven a Víctor, que me mira con ojos entristecidos.
Le saco el dedo corazón y le sonrío. Su sombra no volverá a perseguirme nunca
más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario