El sonido del cristal reventado
contra el suelo es terrorífico. Las esquirlas saltan en todas direcciones. Algunas
incluso me alcanzan y me cortan la piel a pesar de que estoy en un rincón,
temblando de miedo. Me has dicho que no me mueva, que no me atreva a hacerlo.
Que si lo hago, me matarás. Esta vez dejarás los golpes. Ya no te hacen falta.
Hay una botella de alcohol sobre
la mesa. Whisky tal vez, o ron. No importa. Está casi acabada. Has aprovechado
para beber durante toda la noche y has desatado tu violencia. Siempre lo haces,
siempre descargas tu ira sobre las personas a la que dices que amas. Somos tus
víctimas. No podemos escapar de ti. Y lo sabes. Sabes que te necesitamos,
porque nadie más que tú puede alimentarnos, nadie más trae el dinero a esta
casa repleta de miedo. Nos has esclavizado. Nos tienes a tus pies, atados con los
grilletes de la necesidad.
—¡Ibas a marcharte! —exclamas,
inclinándote.
Mi madre llora en el suelo, se
hace pequeña, pide perdón. No íbamos a irnos. No podríamos aunque quisiéramos,
pero a ti no te importa. Hoy piensas que nos íbamos a marchar, mañana pensarás
que se ha acostado con otro hombre y volverás a darle una paliza de muerte.
La coges
del cabello canoso y la levantas. Yo escondo la cabeza entre los brazos. No quiero
mirar. No puedo mirar.
Todo a mi alrededor está roto.
Los platos, las fotos, los jarrones. El aire apesta a alcohol, a sangre, a
sudor y a tabaco. Huele a ti. A podredumbre. A maldad. El olor del diablo. El
olor del infierno en el que has convertido nuestras vidas.
—¿Aún estás pensando en eso?
Levanto la vista poco a poco. Ya
no estoy en ese rincón. He salido de aquella casa en la que ya no queda nadie.
En la que asesinaste a la persona más importante de mi vida. En la que me asesinaste
a mí, a pesar de que mi corazón sigue latiendo. Jamás te perdonaré lo que me
hiciste. Te mereces una tumba resquebrajada, sin una sola flor o una vela.
—¿Cuánto tiempo le dieron en el
hospital? —pregunta León, mi mejor amigo, ofreciéndome una lata de cerveza.
—Dos semanas, pero el cabrón ha
aguantado casi un año —contesto. La rabia me consume.
—Bueno… Ya se ha ido.
Le doy un largo trago largo a la
cerveza. Quizá no tuviera que ver nunca más al demonio, pero el demonio no se
marcharía. Estaría para siempre en mis peores sueños, atormentándome. Siempre
tendría su marca grabada a fuego en lo más profundo de mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario