lunes, 7 de octubre de 2019

Demonio


El sonido del cristal reventado contra el suelo es terrorífico. Las esquirlas saltan en todas direcciones. Algunas incluso me alcanzan y me cortan la piel a pesar de que estoy en un rincón, temblando de miedo. Me has dicho que no me mueva, que no me atreva a hacerlo. Que si lo hago, me matarás. Esta vez dejarás los golpes. Ya no te hacen falta.
Hay una botella de alcohol sobre la mesa. Whisky tal vez, o ron. No importa. Está casi acabada. Has aprovechado para beber durante toda la noche y has desatado tu violencia. Siempre lo haces, siempre descargas tu ira sobre las personas a la que dices que amas. Somos tus víctimas. No podemos escapar de ti. Y lo sabes. Sabes que te necesitamos, porque nadie más que tú puede alimentarnos, nadie más trae el dinero a esta casa repleta de miedo. Nos has esclavizado. Nos tienes a tus pies, atados con los grilletes de la necesidad.
—¡Ibas a marcharte! —exclamas, inclinándote.
Mi madre llora en el suelo, se hace pequeña, pide perdón. No íbamos a irnos. No podríamos aunque quisiéramos, pero a ti no te importa. Hoy piensas que nos íbamos a marchar, mañana pensarás que se ha acostado con otro hombre y volverás a darle una paliza de muerte. 
La coges del cabello canoso y la levantas. Yo escondo la cabeza entre los brazos. No quiero mirar. No puedo mirar.
Todo a mi alrededor está roto. Los platos, las fotos, los jarrones. El aire apesta a alcohol, a sangre, a sudor y a tabaco. Huele a ti. A podredumbre. A maldad. El olor del diablo. El olor del infierno en el que has convertido nuestras vidas.
—¿Aún estás pensando en eso?
Levanto la vista poco a poco. Ya no estoy en ese rincón. He salido de aquella casa en la que ya no queda nadie. En la que asesinaste a la persona más importante de mi vida. En la que me asesinaste a mí, a pesar de que mi corazón sigue latiendo. Jamás te perdonaré lo que me hiciste. Te mereces una tumba resquebrajada, sin una sola flor o una vela.
—¿Cuánto tiempo le dieron en el hospital? —pregunta León, mi mejor amigo, ofreciéndome una lata de cerveza.
—Dos semanas, pero el cabrón ha aguantado casi un año —contesto. La rabia me consume.
—Bueno… Ya se ha ido.
Le doy un largo trago largo a la cerveza. Quizá no tuviera que ver nunca más al demonio, pero el demonio no se marcharía. Estaría para siempre en mis peores sueños, atormentándome. Siempre tendría su marca grabada a fuego en lo más profundo de mi corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario