Aún me pesan esos recuerdos. Aún me
pesan esas palabras. Los fantasmas del pasado aún me persiguen. Manos
invisibles que me arrastran. Bocas invisibles que se ríen y se burlan de mis
decisiones. Lenguas bífidas y húmedas que susurran palabras envenenadas en mis
oídos.
Camino por la calle con la cabeza
gacha como un autómata. Han pasado muchos años, pero aún tengo miedo. Aún me
aterra pasar por aquel lugar. Me aterra encontrarme con alguno de ellos y que
su recuerdo fantasmal adquiera forma corpórea, se vuelva de carne y hueso. Y se
ría. Y vuelva a decir mi nombre. Y vuelva a pensar lo que pensaba.
Para ellos no he cambiado nada.
Ellos no han cambiado nada para mí. Siguen siendo los mismos niños que se
reían, que hablaban, que se burlaban, que me apartaban… Suspiro. Por suerte, a
mí nunca me tocaron. León me dice que hay quien lo pasó peor. Él lo sabe bien.
Sus cicatrices y algunos de sus huesos rotos se lo recuerdan a diario. Y aún
así sigue luchando. Seguimos luchando por vencerlos. No a ellos, sino a su
recuerdo, al dolor, al remanente invisible que aún conservamos en nuestra memoria.
En nuestro subconsciente.
—¿Vas a ir? —me pregunta, muy
serio.
—Víctor me ha dicho que podría
ser bueno para mí —murmuro, poco convencida.
Él frunce el ceño y sigue mirando
hacia abajo. Estamos sentados sobre el río. En el puente destartalado de las
afueras. Nuestras piernas cuelgan sobre el agua turbia.
—Si te dijera que saltaras sería
bueno para ti también lo creerías. ¿Qué sabrá él?
—Ya no somos niños. No es lo
mismo.
—No. Somos adultos que es peor.
Me encojo de hombros. Los adultos
tienen otras normas de comportamiento. Están más encorsetados. No nos harán ningún
daño. Eso es lo que Víctor me ha dicho al menos. Sus palabras me han dado
aliento.
—¿Entonces no vas a venir conmigo?
—Antes prefiero subirme a la
barandilla y saltar…
Sonríe. Está bromeando. Al menos
eso espero.
—No me hace ninguna gracia.
—A mí tampoco. ¿Entonces le vas a
hacer caso? ¿Vas a olvidarte de tu instinto?
Asiento poco a poco. No me faltan
ganas de salir corriendo y olvidarme de la situación. De quedarme en casa
metida entre las sábanas. Olvidarme de que todos mis fantasmas se reunían entre
ellos. Olvidarme de que tengo que enfrentarme a sus formas corpóreas. Sin
embargo, Víctor me había convencido para bailar entre ellos. Debía integrarme.
Debía vencer al pasado. Debía volverme más fuerte.
Vuelvo a mirar a León. Él se ha
hecho fuerte. Ha crecido y mucha gente le teme. Sin embargo, dentro de él sigue
latiendo el mismo niño asustado que volvía con la ropa rota, sin libros y con
heridas a casa. Sus cicatrices, como las mías, siguen ahí, bajo la piel. Y
nuestros fantasmas siguen atormentándonos. Por muy fuertes que finjamos ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario