He vuelto. La luz tenue de las
lámparas. La calidez de los pasillos. El olor a libro nuevo. No es la primera
vez que vengo a la biblioteca. En realidad, llevo todo el año acudiendo a esta
pequeña estancia repleta de libros con la esperanza de volver a cruzarme contigo.
Nos vimos por pura casualidad. Llegué
a la biblioteca sudando y completamente empapada por la lluvia. A causa de mi
mala cabeza, había olvidado el paraguas en casa y me vi obligada a correr desde
la parada de autobús más cercana hasta la entrada del edificio. Había acabado
calada hasta los huesos, pero aún así decidí entrar y sentarme cerca del
radiador. Ni siquiera cogí un libro. Me dejé caer con cuidado sobre la mesa,
jadeando por el esfuerzo.
—¿Estás bien?
Levanté poco a poco la vista. Estabas
sentado frente a mí. Tus ojos verdes se encontraron con los míos. Unos ojos que
me recordaron a algunos otros que había visto antes. En un sueño. Me sonrojé y
tú sonreíste. Bajé la mirada. Pensaba que ibas a burlarte de mí.
—¿Necesitas algo?
—Estoy bien —contesté secamente.
Ese día no continuamos la
conversación.
Tras el fin de semana, volvimos a
coincidir. Volvimos a sentarnos cerca, esta vez el uno junto al otro. Más
bien, tú buscaste sentarte a mi lado. En un principio, me molestó. Preferí ignorarte
y eso hice durante las siguientes semanas. Sin embargo, tú volvías a
mi lado. Una y otra vez. No te cansabas de intentarlo. Y yo no me cansaba de ignorarte.
Hasta que desapareciste. Hasta que me di cuenta que necesitaba que estuvieras ahí para concentrarme en los libros. Tu sola presencia me hacía sentirme
diferente. Me hacía sentirme bien. O al menos, algo mejor.
Y por eso he vuelto. Para
encontrarte. Para volver a sentarme a tu lado y tal vez preguntarte por qué te
has ausentado. Si has encontrado algo mejor que hacer que estudiar en una
biblioteca ruinosa de un barrio a las afueras de la ciudad.
Doblo la esquina y vuelvo a mi
sitio. El de siempre. Y esta vez estás ahí, esperando. Leyendo un pequeño libro
de cubierta azul. El corazón me late con fuerza en el pecho y la sonrisa se me
ensancha. Has vuelto.
Me siento con cuidado a tu lado y
te sonrío. Tú me devuelves la sonrisa. Tienes un brazo vendado.
—¿Por eso no has venido a
estudiar? —pregunto, mirando tu cabestrillo.
—Me atropellaron al salir de la
biblioteca —confiesas, con un suspiro—. Pero ya estoy bien. No quedan secuelas.
—Lo siento… —murmuro. Me he
quedado blanca de la impresión. Jamás habría imaginado lo que en realidad le
había pasado.
—Gracias.
Me sonríes y vuelves a tu
lectura.
—Por… por cierto —balbuceo. La
sangre me martillea en la cabeza. Estoy muy nerviosa—. ¿Cuál es tu nombre?
Levantas la vista. Estoy segura
de que esos ojos los he visto antes.
—Pensaba que nunca ibas a preguntármelo
—sonríes de nuevo y yo me sonrojo—. Me llamo Víctor. ¿Y tú?
—Julia.
Me sonríes y vuelves al libro. Suspiro y cojo aire. Después de decirte mi nombre me siento más libre. Más feliz.
Presiento que esto solo es el comienzo.
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