Uno de los bibliotecarios me ha
pedido que me marche pronto. Están a punto de cerrar, pero yo estoy demasiado
concentrada en mi trabajo como para dejarlo ahora. No morirán si se van cinco
minutos más tarde a casa.
Hace tiempo que encontré el viejo
diario entre las antigüedades del mercadillo de verano. Apenas era legible,
pero, gracias a mi esfuerzo y mi dedicación, he conseguido restaurarlo
parcialmente. El pequeño manuscrito habla sobre una mujer nacida en la bretaña
francesa: Julliet; y su relación con la magia y el esoterismo durante la
segunda mitad del siglo XVII. Está escrito en francés y en inglés, hecho que ha
entorpecido considerablemente mi tarea.
Su historia me fascina. Julliete
era una mujer inteligente. Dominante. Atrevida. Con cada palabra que traduzco,
con cada párrafo que consigo leer me acerco más a ella, a su forma de pensar y
relacionarse con el mundo que la rodea. Con cada frase me siento más cerca,
casi como si la tuviera a mi lado, contándome su historia. Es una persona
mágica y valiente. Creativa. Un referente para mí. Un ejemplo a seguir.
Los bibliotecarios tosen y
empiezan a hablar prácticamente a voces mientras colocan los libros, que hay
sobre el carrito de devoluciones, en las estanterías. Es hora de volver a casa. Cierro
el diario con sumo cuidado y lo introduzco en el interior de la mochila, entre
el portátil y mis cuadernos de notas. Saco el móvil y salgo por la puerta de la
sala hacia la entrada.
Tengo cinco mensajes. Uno es de
Víctor, me pregunta cuándo voy a volver a casa, los otros cuatro de León. Ha
vuelto a meterse en problemas. Debe dinero y quiere que se lo preste, pero no
voy a volver a caer en esa trampa. Él volverá a gastarse el dinero en drogas y
querrá compartirlas conmigo. Ya no voy a volver a dejarme embaucar ni una vez
más. Quiero ser fuerte y no seguir sus pasos o acabaré tan mal como él. Deslizo
con el dedo sus mensajes para hacerlos desaparecer y me concentro en el mensaje
de Víctor. Le contesto que estoy a punto de llegar y guardo el móvil.
Ha llovido y hay barro al salir
del edificio. Alguien ha pasado por ahí con unas botas grandes. Las pisadas están
encharcadas. Salto sobre ellas y las sigo, como si se tratara de una rayuela.
Parecen que han sido colocadas ahí para mí. Quizás Julliete ha venido a visitarme
y ha dejado su rastro. Sonrío.
Soñar nunca está de más.
Soñar nunca está de más.
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