¿Acabamos de romper? ¿Es cierto?
¿Acabamos de darnos el último beso y la última caricia?
Víctor sigue ahí, mirándome con ojos
brillantes. Se ve determinación en su mirada. Y también impaciencia. A su
espalda, a penas a dos mesas de distancia, le esperan sus amigos. La chica
rubia que tanto detesto, la morena que se ríe como una hiena y el pelirrojo
pecoso. Están mirándonos. Esperan a que me derrumbe delante de ellos.
—Creo que es lo mejor… —murmura—
Ya no puedo confiar en ti.
—He dicho que lo siento, Víctor.
—Ya, pero me da igual. Si lo has
hecho una vez puedes hacerlo mil veces más.
—Sabes que no es cierto. Sabes
que yo no te engañaría nunca más.
Víctor desvía la mirada. Golpea
suavemente y repetidamente la mesa de la cafetería con los nudillos y apoya la barbilla en la
palma de la mano. No me mira a los ojos. Ya no confía en mí.
—¿Sabes? Te lo he dado todo. Y
así es como tú me lo agradeces.
—¿Cuántas veces quieres que me
disculpe? —pregunto. La voz no me sale del cuerpo.
Él sabe que estoy arrepentida. Le
he suplicado perdón miles de veces en casa, antes de que se marchara. Me he
puesto de rodillas ante él. Le he rogado que no se marche. Pero nada puede
hacerle cambiar de opinión. Sé que sus amigos también le han forzado a
formalizar nuestra ruptura. Por eso está aquí. Si no, no estaría dispuesto ni a
hablar conmigo.
—Víctor. —Trago saliva. Estoy muy
nerviosa—. Sabes que no fue mi intención. Sabes que León era muy persistente.
Alza una ceja. Está conteniendo
la rabia. Lo noto en sus ojos.
—¿Me vas a decir que te engañó
para que te acostaras con él, Julia?
—Tú sabías que no era una buena
influencia.
Suelta una pequeña carcajada y se
recuesta sobre la silla, que cruje bajo su peso.
—¿Vas a aprovecharte de que está
muerto para hacerle cargar con la culpa? Eso es muy rastrero. Hasta para ti.
Aprieto los puños bajo la mesa. Yo
nunca he sido rastrera. ¿O sí? Debería haberlo evitado. O al menos habérselo
contado desde el principio. Me he portado mal. Soy una persona horrible. Lo sé.
Me merezco que me abandone. Merezco que me diga que soy rastrera y mucho más. Pero
quiero luchar por él. Por lo que tenemos. Por lo que compartimos.
—Eres lo que más quiero en el
mundo, Víctor. Déjame reparar mi error. Por favor.
Él se queda muy quieto. Sus ojos
están fijos en el suelo de la cafetería. Sé que está pensando. Sé que él
también quiere arreglarlo. Y sin embargo, se levanta, deja el dinero de su café
sobre la mesa y se marcha.
Sus amigos le reciben entre risas
y aplausos. Se lo llevan fuera de la cafetería. Parece un héroe que acabara de aniquilar
a su peor enemigo o al menos lo tratan como tal.
Llamo al camarero para pagar la
cuenta. Pago y me marcho. Siento el impulso de coger el teléfono y contarle a
alguien lo que acaba de pasarme, pero ya no queda nadie al otro lado. Víctor
tiene a su increíble familia y a sus amigos. Ellos van a apoyarle hasta que se recupere.
Yo acabo de quedarme completamente sola.
Me pongo las gafas de sol y me
permito llorar un poco. Lo peor llegará cuando vuelva a casa. Le he dicho que
le quiero. Le he pedido una oportunidad para arreglar las cosas. Y él
simplemente se ha levantado y se ha marchado.
Ha hecho bien. Es mejor que se aleje de alguien tan horrible como yo.
Ha hecho bien. Es mejor que se aleje de alguien tan horrible como yo.
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