Enciendo con cuidado la vela. Es
la primera vez que voy a hacer esto y estoy algo nerviosa. ¿De verdad va a
ocurrir algo? ¿De verdad todo lo malo va a desaparecer? ¿Las malas energías que
rodean mi vida se van a disipar hasta no ser más que una leve vibración
momentánea? ¿Las manos negras y los fantasmas de la nostalgia van a dejar de
perseguirme?
Dejo la vela en el suelo de
madera, a dos palmos de mis piernas cruzadas. Estoy en un nuevo hogar, lejos
del apartamento en el que vivía y en el que transcurrieron mis años más oscuros.
Con mi sueldo actual me puedo permitir un pequeño piso compartido a varios
kilómetros del centro de la ciudad, con amplios ventanales para dejar entrar la
luz natural y con un pequeño cuarto para mí sola. Una auténtica delicia.
Tengo la puerta cerrada para que
ni Elena ni Adrián puedan entrar. Les he dicho que necesito algo de intimidad,
que no me molesten. Y sé que no van a hacerlo. Desde el primer momento habían
sido unas personas amables y atentas conmigo. Ellos habían evitado que Víctor
terminara de estrangularme en el callejón de las afueras y me habían animado
para que le denunciara ante la policía y pidiera una orden de alejamiento. A día
de hoy, el buen rumbo de mi vida se lo debo a ellos, a las dos grandes
personas que me acogieron cuando más lo necesitaba.
Suspiro y vuelvo a mi pequeño
ritual. Tengo el diario de Julliet abierto por el mismo centro. En sus páginas,
cuenta cómo se deshizo de la sombra del hombre que la estaba acosando. Escribió
en su nombre en una hoja de papel con carbón y la quemó poco a poco en la llama
de una vela, hasta que se consumió por completo. Luego, hizo que las cenizas
volaran lejos con un soplido. Yo repetí aquel pequeño ritual con el nombre completo de
Víctor. No estaba muy convencida de que funcionara, pero lo cierto era que,
después de haberlo completado, me sentí como si un gran peso se elevara desde
mis hombros y me dejara volver a respirar con tranquilidad. Como si poco a
poco, mientras el nombre del hombre que más daño me había hecho en mi vida era
lamido por las llamas, fuera un poco más libre.
Dejé la ventana abierta para
ventilar y después abrí la puerta. Apenas había guardado el diario de Julliet
cuando llegó Adrián, arrugando la nariz. Olía demasiado a quemado.
—¿Se puede saber qué has hecho?
—Nada —contesté, con una sonrisa.
Dejé la vela junto a las otras,
cerca de las hierbas aromáticas y la foto que tenía con León. Casi sin quererlo,
le había hecho un pequeño altar a mi amigo perdido. Quería que, estuviera donde
estuviese, se sintiera querido. Sintiera que lo echaba mucho de menos.
—¿Te apetece que vayamos esta
tarde a algún sitio? —me pregunta Adrián, pasándose la mano por el cabello
rubio. Sé que está nervioso. Quiere que acepte su invitación— Si te apetece,
claro.
—¿Vamos a dejar a Elena sola en
casa?
—¡Me habéis dejado muchas veces
solo a mí y no me he quejado! —protesta.
Yo le sonrío. Es cierto que Elena
y yo hemos forjado una gran amistad en este año y medio. Prácticamente
parecemos hermanas.
Apago las velas de un soplido. Ya
es casi de noche. En octubre anochece mucho antes, así que hace fresco
en la calle. Cojo mi chaqueta de cuero y mi bolso negro. Y me cuelgo del brazo
de Adrián. Él me sonríe, complacido. Tiene una sonrisa preciosa.
—¿A dónde vamos? —le pregunto.
—Esta noche es Halloween, así que
en casi todos los bares y los pubs hay algo especial. Ya verás.
—¿Es una cita? —pregunto. Él se ruboriza.
Es encantador.
—Solo si tú quieres.
Nos paramos en el portal. Sus ojos verdes están clavados en los míos
espera una respuesta. Sea cual sea. La necesita.
—Ya veremos— dijo, y tiro de la
puerta.
~~
Ahora sé quién soy. Soy Julia,
una mujer fuerte que en otro tiempo fue muy débil, muy pequeña. Una mujer que no lo hizo del todo bien, que pudo actuar mejor y que
estuvo atrapada entre las redes de un maltratador. Os he contado mi historia de
una manera extraña y desordenada, pero ahí está, a vuestra disposición siempre
que queráis leerla. Tanto la mía como algunos de los pasajes que he logrado descifrar
del diario de Julliet. Siento si no he sido lo suficientemente clara. Nunca
suelo serlo. Soy un desastre y siempre
lo seré. Tengo que aceptarlo.
Yo soy yo. Y tengo
que aprender a convivir conmigo misma. Es muy simple y bastante complicado. Porque
siempre, nosotros mismos somos nuestros peores críticos y nuestros peores
verdugos. Y más aún cuando nos han hecho creer que no valemos nada y que necesitamos
la aprobación de los que nos rodean para ser felices. Pero no es así. Ahora lo
sé. Ahora sé que quiero ser feliz y voy a serlo aunque tropiece una y mil veces.
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