jueves, 31 de octubre de 2019

Yo


Enciendo con cuidado la vela. Es la primera vez que voy a hacer esto y estoy algo nerviosa. ¿De verdad va a ocurrir algo? ¿De verdad todo lo malo va a desaparecer? ¿Las malas energías que rodean mi vida se van a disipar hasta no ser más que una leve vibración momentánea? ¿Las manos negras y los fantasmas de la nostalgia van a dejar de perseguirme?
Dejo la vela en el suelo de madera, a dos palmos de mis piernas cruzadas. Estoy en un nuevo hogar, lejos del apartamento en el que vivía y en el que transcurrieron mis años más oscuros. Con mi sueldo actual me puedo permitir un pequeño piso compartido a varios kilómetros del centro de la ciudad, con amplios ventanales para dejar entrar la luz natural y con un pequeño cuarto para mí sola. Una auténtica delicia.
Tengo la puerta cerrada para que ni Elena ni Adrián puedan entrar. Les he dicho que necesito algo de intimidad, que no me molesten. Y sé que no van a hacerlo. Desde el primer momento habían sido unas personas amables y atentas conmigo. Ellos habían evitado que Víctor terminara de estrangularme en el callejón de las afueras y me habían animado para que le denunciara ante la policía y pidiera una orden de alejamiento. A día de hoy, el buen rumbo de mi vida se lo debo a ellos, a las dos grandes personas que me acogieron cuando más lo necesitaba.
Suspiro y vuelvo a mi pequeño ritual. Tengo el diario de Julliet abierto por el mismo centro. En sus páginas, cuenta cómo se deshizo de la sombra del hombre que la estaba acosando. Escribió en su nombre en una hoja de papel con carbón y la quemó poco a poco en la llama de una vela, hasta que se consumió por completo. Luego, hizo que las cenizas volaran lejos con un soplido. Yo repetí aquel pequeño ritual con el nombre completo de Víctor. No estaba muy convencida de que funcionara, pero lo cierto era que, después de haberlo completado, me sentí como si un gran peso se elevara desde mis hombros y me dejara volver a respirar con tranquilidad. Como si poco a poco, mientras el nombre del hombre que más daño me había hecho en mi vida era lamido por las llamas, fuera un poco más libre.
Dejé la ventana abierta para ventilar y después abrí la puerta. Apenas había guardado el diario de Julliet cuando llegó Adrián, arrugando la nariz. Olía demasiado a quemado. 
—¿Se puede saber qué has hecho?
—Nada —contesté, con una sonrisa.
Dejé la vela junto a las otras, cerca de las hierbas aromáticas y la foto que tenía con León. Casi sin quererlo, le había hecho un pequeño altar a mi amigo perdido. Quería que, estuviera donde estuviese, se sintiera querido. Sintiera que lo echaba mucho de menos.
—¿Te apetece que vayamos esta tarde a algún sitio? —me pregunta Adrián, pasándose la mano por el cabello rubio. Sé que está nervioso. Quiere que acepte su invitación— Si te apetece, claro.
—¿Vamos a dejar a Elena sola en casa?
—¡Me habéis dejado muchas veces solo a mí y no me he quejado! —protesta.
Yo le sonrío. Es cierto que Elena y yo hemos forjado una gran amistad en este año y medio. Prácticamente parecemos hermanas.
Apago las velas de un soplido. Ya es casi de noche. En octubre anochece mucho antes, así que hace fresco en la calle. Cojo mi chaqueta de cuero y mi bolso negro. Y me cuelgo del brazo de Adrián. Él me sonríe, complacido. Tiene una sonrisa preciosa.
—¿A dónde vamos? —le pregunto.
—Esta noche es Halloween, así que en casi todos los bares y los pubs hay algo especial. Ya verás.
—¿Es una cita? —pregunto. Él se ruboriza. Es encantador.  
—Solo si tú quieres.
Nos paramos en el portal. Sus ojos verdes están clavados en los míos espera una respuesta. Sea cual sea. La necesita.
—Ya veremos— dijo, y tiro de la puerta.

~~

Ahora sé quién soy. Soy Julia, una mujer fuerte que en otro tiempo fue muy débil, muy pequeña. Una mujer que no lo hizo del todo bien, que pudo actuar mejor y que estuvo atrapada entre las redes de un maltratador. Os he contado mi historia de una manera extraña y desordenada, pero ahí está, a vuestra disposición siempre que queráis leerla. Tanto la mía como algunos de los pasajes que he logrado descifrar del diario de Julliet. Siento si no he sido lo suficientemente clara. Nunca suelo serlo.  Soy un desastre y siempre lo seré. Tengo que aceptarlo. 
Yo soy yo. Y tengo que aprender a convivir conmigo misma. Es muy simple y bastante complicado. Porque siempre, nosotros mismos somos nuestros peores críticos y nuestros peores verdugos. Y más aún cuando nos han hecho creer que no valemos nada y que necesitamos la aprobación de los que nos rodean para ser felices. Pero no es así. Ahora lo sé. Ahora sé que quiero ser feliz y voy a serlo aunque tropiece una y mil veces. 

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